Este noviembre es distinto a todos los anteriores. La situación por la que pasa nuestro país nos ha llevado a reflexionar sobre muchos temas y nos ha motivado a rezar, aún con más fuerza el Mes de María. Los invitamos a ver cómo han sido estos días en el CSA.
Los invitamos a leer la motivación realizada por nuestra Profesora Javiera Lubascher durante Vísperas Generales:
Comenzamos el mes de noviembre en medio de tiempos difíciles para nuestra patria. Tiempos en los que surgen cada vez más preguntas sobre cómo vamos a enfrentar esta crisis, cómo saldremos adelante, cómo nos volveremos a unir, cómo atenderemos más dignamente a los más necesitados, cómo terminaremos con la violencia, con la injusticia, cómo nos pondremos de acuerdo, cómo volveremos a confiar en nuestras autoridades políticas, y en fin, muchas más interrogantes sobre el futuro, sobre la reconstrucción de las confianzas, y el camino al diálogo que atienda a las demandas sociales; en definitiva, nos preguntamos qué va a pasar con nuestro querido país y su gente.
Con noviembre también comienza el mes en el que como Iglesia nos dedicamos especialmente a mirar a nuestra madre, la virgen María. ¿Qué pensará ella de todo esto? ¿qué sentirá su corazón de madre al a ver a sus hijos sufrir ya sea por la desigualdad, la injusticia, la violencia, la angustia, la pena o la rabia? ¿Qué nos podrá decir ante la situación actual en la que están sus hijos? Como buena madre, María tiene mucho que enseñarnos, mucho que consolarnos, y así orientar nuestros pasos en este tiempo tan revuelto.
Existe una tradición muy antigua en la iglesia, en la que se ha dedicado especial observación a la figura de santa María en sábado. Todos los sábados del tiempo ordinario están dedicados a ella, y nosotros en el movimiento, junto con la iglesia, rezamos el oficio divino de los sábados en su honor. Pero ¿por qué esta relación de María y el sábado?
Si los domingos celebramos el día de la pascua, de la victoria de la resurrección, el sábado es un día en expectación, y la mujer que sostiene esta espera es María.
El sábado, entre el viernes de la pasión y muerte, y el domingo de la resurrección, está lleno de la fe de María. Es como si toda la fe de la Iglesia se recogiese en Ella, mientras la fe se oscurecía en todos, Ella conservó, por encima de todo, su fe firme e intacta; fue la primera fiel, la única que mantuvo encendida la llama, inmóvil en la oscuridad de la fe, fuerte en el tiempo de duda.
La dedicación de santa María en sábado conmemora la hora de fe de María en su momento más duro. Era justo que la Iglesia le consagrara aquel día, que más que ningún otro recuerda la singular grandeza de su fe, la heroicidad de su esperanza y su amor indefectible por su Hijo.
¿Cómo pudo María confiar y esperar en Dios? A más que simple vista, la muerte de su hijo en la cruz es puro fracaso, desilusión, desesperanza, un final con gusto amargo. Al igual que hoy, el escenario del sábado a espera de la resurrección no era un escenario que podríamos describir como pacífico ni fácil. ¿Cómo Ella pudo conservar la paz en su corazón? ¿Qué la protege de las dudas, la desesperanza y la desolación? Miremos su imagen, miremos sus acciones, sus gestos y aprendamos de ella para que también nosotros podamos cuidar nuestra paz.
María confió en Dios desde el primer momento en que el ángel le anuncia su misión. Recibe esas breves palabras y luego, nada, silencio. Pero ella se mantiene en su primera respuesta: hágase en mí según tu Palabra. María mantuvo su confianza en Dios en el nacimiento en Belén, en la huida a Egipto, en su vida en Nazaret y finalmente en Jerusalén, lugar donde su hijo muere como víctima del pecado, la injusticia, la violencia, y el odio. María al pie de la cruz es símbolo de la confianza más encarnada: cuando todo lo visible le indica fracaso, dolor y sin sentido, María por su fe, es capaz de confiar y atreverse a ver con visión espiritual, al Dios que nunca le ha fallado.
Si vemos los diarios, las noticias, las redes sociales, la gran mayoría de lo que podemos percibir es más bien triste, violento, decepcionante. Muy similar a lo que deben de haber sentido los apóstoles ese sábado después de la muerte de Jesús. Pero, ¿es eso toda la realidad o hay algo más? ¿tiene el mal, la muerte, la división que notamos, la última palabra o no? ¿es que acaso nos quedamos en un sábado permanente?
María sabía, por su fe, que eso no era así. En ese sábado silencioso y lleno de sentimientos de derrota, esperó contra toda esperanza y creyó en quien era digno de toda confianza, el Dios que nunca abandona. Su esperanza y fe no son solo un sentimiento sino una respuesta de abandono y confianza en Aquel en quien cree que es digno de ella. Esa opción de fe, esa valiente respuesta, debe haber sido de una potencia tal que pudo sostener lo que a simple vista había terminado en un total fracaso. Su fe y confianza hoy nos corrigen la mirada y nos levantan el ánimo, porque no hay lugar para cristianos desesperanzados en esta crisis. Ella hoy día vela por la paz de sus hijos, esa paz que comienza por el interior de cada uno, una paz imperturbable pues nada externo la puede hacer flaquear.
Tal como María no dejó que ni el desaliento, ni la tristeza, ni la decepción, ni la desconfianza, ni la injusticia, ni la violencia, ni el enojo, ni el rencor, ni nada de eso se tomaran su corazón, hoy ella nos anuncia con mucha fuerza, que tales emociones tampoco se pueden tomar los nuestros. En su corazón sólo había un Reino: el del amor de Dios. Su reino no es de este mundo y sus apariencias, sino un reino donde la paz, la justicia y el amor de Cristo, su hijo, gobiernan toda situación, y no ceden lugar a la enemistad y la división.
Por eso ella junto con san Pablo nos anuncia: “Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo cuerpo.”
Somos un solo cuerpo, hijos en Cristo de un mismo Padre. Tal como María es madre Jesús, ella es madre del Cristo en el interior de cada uno de nosotros. Esa es su maternidad más radical: es madre de la fe en cada uno de sus hijos.
María dará a luz, a Cristo, en nosotros en la medida en que nosotros seamos sensibles, como Cristo, a todos los necesitados de este mundo; en la medida en que vivamos como aquel Cristo que se compadecía y se identificaba con la desgracia ajena, que no podía contemplar una aflicción sin conmoverse, que dejaba de comer o de descansar para poder atender a un enfermo, que acogía y escuchaba a todos los que necesitan un espacio y gestos de amor.
En este tiempo revuelto, miremos a María especialmente, y dejemos que nos ilumine, dejémonos tocar por ese corazón, que conoció y que conoce en primera persona el dolor, la injusticia, el sufrimiento, pero que no deja que esa desolación y amargura se tome posesión de su ánimo ni de su querer. Ella, que guardaba en su interior la vida y palabras de Jesús, guardaba la mejor parte: sentimientos de amor, de confianza, de hermandad, de bondad, de justicia, cuyo fruto es la paz; una paz que nada, ni la muerte, pudo arrebatarle. Dejemos que María custodie la imagen de Cristo que hay cada uno, que cuide como madre al Cristo que vive en el interior de todos sus hijos, que lo haga crecer cada vez más en todos sus hijos: recemos para que María cuide al Cristo que vive en los políticos, en los alcaldes, en los actores sociales, en los damnificados, en los que marchan y protestan, en los carabineros y las fuerzas armadas, que cuide al Cristo en cada uno de nosotros para que seamos bienaventurados por trabajar y buscar la paz.
Hoy tenemos la imagen de la Virgen del Carmen, patrona de Chile, más cerca de nosotros para recordar que ella está cerca de sus hijos, que los escucha e intercede. ¿qué le quiero pedir que cuide? En un breve momento de silencio los invito a pensar por quiénes me gustaría rezar, por qué situaciones me gustaría que María cuide especialmente.
Que la imagen de María nos despierte especialmente durante su mes, que podamos pedirle que convierta nuestros corazones tantas veces rebeldes y quejumbrosos, que encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanzas para el porvenir de nuestra vida y nuestro país.
Javiera Lubascher
Profesora de Filosofía y Religión CSA